Extracto de
Don Quijote Cabalga de Nuevo.
En el
monasterio de Yuso, en San Millán de la Cogolla, venerable cuna del ( idioma ) español,
tuvo lugar en mayo (de 2014), el IX Seminario Internacional de Lengua y
Periodismo sobre El español del futuro en el periodismo
de hoy. Como un Cristóbal Colón verbal e intelectual, nuestra
lengua se ha adentrado en un territorio sin cartografías seguras: el océano
verbal de Internet.
¿En qué
lugar nos encontramos? ¿Llegaremos a puerto seguro? ¿Nos espera en el futuro
una conversación creativa que exprese la realidad, por más compleja que sea, la
mejore y la libere, o un retorno maléfico —opresivo, empobrecedor— a la Torre
de Babel?
Todos (o
casi todos) estamos embarcados en esta travesía. No por casualidad se acuñó el
término “navegar” para la operación de aventurarse en la Red. Navegamos en ella
para comunicarnos con familiares, con amigos reales y virtuales; navegamos para
atrapar noticias, curiosidades, imágenes; navegamos para emitir opiniones, para
recibirlas, para participar en la plaza pública.
Al
navegante creativo, al que no espera solo la información sino que discurre sus
propios mapas, se le abren inmensas posibilidades de expandir la realidad (y la
conciencia de la realidad). Y para el emisor de información, las potencialidades
de esta era pueden ser, ya son, generosas y múltiples.
Hace falta racionalidad en ese mar que puede
ahogarnos a todos.Pero no nos deslumbremos demasiado con la revolución de la que
formamos parte porque, como todas las revoluciones, puede terminar creando
monstruos y devorando a sus hijos. Hay peligros de toda índole en esta
travesía.
Aquí me
importa referirme a los peligros morales: el riesgo de que esta conversación
universal se degrade por falta de un código ético que, respetando la libertad
de expresión —madre de todas las libertades— introduzca un mínimo de respeto y
racionalidad en ese mar que, por su potencial violencia, puede ahogarnos a
todos.
No son
pocos ni triviales los vicios éticos en los que se incurre en el uso de las
redes, ya sea en los comentarios al pie de un texto periodístico o en las
interpelaciones anónimas en Twitter o Facebook. No me refiero a la violencia
verbal, triste pero inevitable.
Hoy
leemos lo que antes sólo se musitaba en el silencio. La gente maldice, la gente
insulta. Hay algo sano en ese desahogo, algo liberador, sobre todo en pueblos
como los nuestros, habituados a callar y obedecer, no a opinar o disentir sobre
los asuntos públicos.
Ahora
vivimos la abolición de las viejas jerarquías, el debilitamiento de las burocracias,
la posibilidad real de una comunicación horizontal entre el ciudadano común y
el encumbrado. Fuenteovejuna en la Red.
Pero
leamos con más detenimiento otros tipos de violencia que van más allá de la
justa o injusta indignación, de la protesta legítima y airada, de la maldición
tan antigua como la Biblia. La travesía se adentra en zonas oscuras: los
dominios de la mala fe.
El mar
encrespado al que aludo es el llamado “discurso del odio”. Sus armas son muy
conocidas, y pueden ser letales. Ante todo, la mentira y la calumnia, cuyo
ominoso profeta fue (el propagandista de
Adolfo Hitler Joseph) Goebbels ( que decía) : “Repite una mentira mil veces y se
volverá verdad”.
Contamos,
claro, con el recurso de la réplica instantánea en la Red, pero ¿qué ocurre
cuando el discurso del odio va más allá, cuando se convierte en una incitación
abierta o tácita a la violencia ?.Sucede cada vez más, el tránsito de la
violencia verbal a la violencia real. Las redes pueden convocar movilizaciones
pacíficas, liberadoras; (pero ) también pueden atizar hogueras.
¿Cómo
hacer frente al discurso del odio, veneno moral de nuestro tiempo? Ante todo,
es preciso analizarlo con claridad, entender su naturaleza, medir sus efectos.
A partir de allí establecer un diálogo con las grandes corporaciones que
proveen estos servicios para que ellas mismas discurran soluciones inteligentes
e impidan que sus creaciones se conviertan en los Frankenstein del
siglo XXI.
Importa
también alentar el debate jurídico sobre el tema. No es sencillo.
Potencialmente compromete a la libertad de expresión, que es un valor cardinal
de Occidente. Pero sabemos por la experiencia del siglo XX los estragos a
los que lleva la prédica del odio.
El
discurso del odio no solo se finca en la mala fe. Si así fuera, sería más
sencillo combatirlo. Se finca a veces en la simple fe, exacerbada al extremo de
la intolerancia por los fanatismos de la identidad, ya sea religiosa, racial,
nacional, ideológica.
En 140 caracteres se explica el mundo por la
oscura acción de los malos.Y por si fuera poco, asociados en ocasiones a
esos antiguos fanatismos que han resurgido en nuestros días están los malos
hábitos intelectuales.
En la
Red, es verdad, uno encuentra ejemplos de crítica dura, implacable,
irreductible, acaso injusta o arbitraria, pero mínimamente fundamentada,
racional.
No
obstante, lo que por desgracia prolifera es la mala crítica, hija de la mala
fe. Sus vicios no son privativos de nuestros países ni de nuestra lengua. Están
en todas partes. Pero es importante identificarlos, porque son el herramental
del discurso del odio.
Están a la mano
-omnipresentes, vastas y tan fáciles-
las teorías de la conspiración, que en 140 caracteres explican el mundo por la
oscura acción de los malos. Está el reduccionismo ramplón, las cortinas de humo
que ocultan la verdad, las tontas simplificaciones, las absurdas exageraciones,
el victimismo paranoico, el tentador maniqueísmo, el ataque ad
hóminem.
¿Qué
hacer frente a esta fauna que enturbia el presente y amenaza el futuro de
nuestra navegación? ¿Cómo dotar a nuestra lengua, en el espacio cibernético, de
valores tan esenciales como la transparencia, la claridad, la tolerancia y el
rigor?
Un remoto
bisnieto de España, de aquella España que se llamó Sefaradí, anticipó algunas
respuestas. Me refiero a Benedicto de Spinoza. Este filósofo universal que
vivió en tiempos similares a los nuestros —tiempos de fanatismo, tiempos de
odio— predicaba en sus libros una “enmienda intelectual” basada en el examen
“claro y distinto” de las pasiones como vía para comprenderlas y explicarlas, y
derivar de ese conocimiento la genuina libertad.
Esa es,
me parece, la cartografía que necesitamos dentro y fuera de la Red: una
enmienda intelectual para nuestro tiempo.
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