Jorge Zepeda Petterson / Día
de publicación: 2021-10-20. WWW:Dossier Político.com
Frente a los embates de Andrés Manuel López Obrador los profesionales de la
información nos hemos
“desprofesionalizado” y eso en última instancia atenta contra nuestra
razón de ser.
Al
periodismo en México le llueve sobre mojado.
Un presidente que lo ataca todos los días y un
mundo digitalizado en el cual nadie quiere pagar por la información, que ahora
es gratuita.
Lo
primero, la belicosidad presidencial, ha hecho trizas el supuesto espíritu de
imparcialidad y equilibrio que el periodismo tendría que profesar; lo segundo, la blogosfera y las
redes sociales, han puesto en jaque la noción misma del oficio periodístico.
Durante
los últimos 150 años la información ha sido una mercancía generada y
distribuida por medios de comunicación y periodistas que han vivido de ella,
como cualquier otro sector valorado por la sociedad.
Pero ese modelo de negocio se ha colapsado ahora
que todo circula en redes sociales y cada persona se ha convertido en
informador y opinador del mundo real.
Me parece que el periodismo mexicano está
respondiendo de manera equivocada a esta doble crisis. Y si no lo corregimos a
tiempo, estaremos acelerando nuestra propia obsolescencia.
Por un
lado está el problema de la polarización política. El presidente Andrés Manuel López Obrador está
convencido de que las críticas a su persona y a su Gobierno, ventiladas
en los medios, obedecen a razones espurias: la defensa de privilegios por parte de las élites y la
molestia por las partidas publicitarias perdidas.
Y en la
medida en que AMLO interpreta estos ataques como una defensa inmoral por parte
de conservadores que se oponen a un cambio a favor de los pobres, se siente obligado a ejercer un
derecho de réplica para contra argumentar, aclarar confusiones, disipar
infundios y calumnias.
Desde su
perspectiva eso justifica dedicar buena parte de la conferencia matutina a
descalificar a medios y a hacer listas de periodistas buenos y malos.
El presidente no parece estar consciente de la
desproporción que representa el poder del soberano frente a un columnista o a
un periódico al que dirige su cólera o su burla.
Decir que
esto ha dado lugar a una relación tirante es quedarse corto.
Ambos se
han convertido en pluma de vomitar recíproca.
En otras
ocasiones he abundado en las razones por las cuales esta polarización resulta
dañina para el propio presidente, entre otras cosas porque propicia la
desconfianza que destruye el ambiente de inversión necesario para generar los
empleos que requieren los pobres a los que defiende el Gobierno.
Pero el daño que la propia prensa se produce a sí
misma no es menor.
Frente a
los embates presidenciales los profesionales de la información nos hemos
“desprofesionalizado” y eso en última instancia atenta contra nuestra razón de
ser.
Columnas, primeras planas de los diarios y
noticieros de radio y televisión se han convertido en un inventario de todo
aquello que pueda cuestionar la imagen y el desempeño del Gobierno.
En algunos casos consiste simplemente en una
recopilación unilateral de la información (solo aquello que es dañino a AMLO);
en otros peores, hay un tratamiento descontextualizado o sesgado para mostrar
el carácter nefasto de la Cuarta Transformación.
Hay
motivos para que López Obrador se sienta irritado por la manera en que lo trata
la prensa, pero eso no justifica una obsesión personal en contra de medios y
periodistas.
De la misma forma, hay razones para que periódicos
y columnistas se sientan agraviados frente a los embates del poder, pero eso no
justifica convertirse en activista político.
Si cedemos a la tentación y derivamos hacia una
prensa partisana y partidista, dejamos de ser cronistas y traicionamos nuestra
razón de ser: informar sobre las contradicciones de la realidad, comunicar a la
comunidad consigo misma en toda su diversidad, formar una opinión pública
incluyente y tolerante a los distintos proyectos de nación que alberga una
sociedad.
Nos
quejamos del hecho de que Andrés Manuel López Obrador no supo ser presidente de
todos los mexicanos y gobernó esencialmente para lo que él llama su pueblo.
Mal haríamos columnistas, prensa y comunicadores en
hacer lo mismo e informar de solo aquello que coincida con lo que opinan
nuestros auditorios.
Es decir, seleccionando la información para solo
los que piensan como nosotros.
No se
trata de pretender ser objetivos e imparciales, porque toda lectura de la
realidad, incluso para informar, entraña una forma de interpretación.
Eso
siempre ha sido así.
Pero al menos intentar hacer el trabajo
periodístico a partir de los códigos profesionales que siempre nos han
protegido para no hacer política o propaganda en la tarea de informar:
verificar, dar cuenta de las varias versiones que tiene todo hecho, ofrecer
contextos.
Del
segundo reto tampoco hemos salido muy bien parados.
Si en el
caso del embate de López Obrador la prensa incurrió en una imitación espejo y
acabó polarizada en la acera de enfrente; en la amenaza que representan las redes sociales
igualmente terminamos por imitarlas, convirtiéndonos en una versión similar con
la salvedad de que lo hacemos en las viejas plataformas.
La investigación periodística, el abordaje de los
temas trascendentes, la mesura en el tratamiento de la información, dio lugar a
la estridencia y el negativismo que caracterizan a la blogosfera, el info entretenimiento,
la frivolidad y el morbo.
“Vende” más una nota sensacionalista cargada de
adjetivos y construida sobre las rodillas que un reportaje de fondo; tiene más
éxito una columna de opinión nutrida de descalificaciones sumarias que empatan
con odios y pasiones que otra que intenta matizar o entender la verdadera
naturaleza de esas pasiones.
En suma,
en momentos en que el periodismo se encuentra contra la pared, no solo por la
polarización que nos politiza, también por la vulgarización que nos frivoliza, tendríamos que revisar
el periodismo que estamos haciendo.
Nunca como ahora el mundo había necesitado de
“curadores”, de notarios de la realidad que permitan dar cuenta de aquello que
es importante y trascendente, para que la comunidad entienda los problemas que
enfrenta y esté en condiciones de tomar las mejores decisiones.
Si el
oficio periodístico habrá de sobrevivir lo hará manteniéndose fiel a las
premisas que lo convirtieron justamente en eso, un oficio.
Pero no lo conseguiremos si seguimos la moda de
imitar a las redes sociales solo porque son populares o convertirnos, solo
porque el poder nos agravia, en un actor político más en la tarea de insultar y
descalificar.
Todo eso sobra en las redes sociales y es gratis.
Si queremos prevalecer, habría que regresar al buen
periodismo, sometido a los códigos que hicieron de esta tarea una profesión
digna y socialmente necesaria.