jueves, 4 de noviembre de 2021

No todos los políticos son corruptos. El sueño de Escipión . La República y las leyes de Cicerón.


Lic. Francisco Javier Aragón Salcido.

Con admiración y respeto para  ;  Lic. Cesar Tapia Quijada ( QEPD) Dr. Samuel Ocaña García , Prof. Amadeo Hernández ( QEPD) , Lic. Francisco Acuña Griego, Lic. Gerardo Cornejo Murrieta ( QEPD) , Lic. Jesús Enríquez Burgos, Prof. Ernesto López Riesgo ( QEPD), Lic. Fausto Acosta Romo ( QEPD), Don Jesús Larios Ibarra ( QEPD), Dr. Federico Sotelo Ortiz ( QEPD), Prof. Horacio Soria Larrea ( QEPD), Lic. Genaro Encinas Ezre, Lic. Arsenio Duarte Murrieta, Lic. Carlos Cabrera Muñoz ( QEPD) , Ing. Javier Hernández Armenta , Lic. Guatimoc Iberry González, Lic. Raúl Saiz Cota ( QEPD).

Según un circunstanciado artículo de Wikipedia la Enciclopedia abierta, colectiva y Libre de Internet que gloso y parafraseo, el romano Marco Tulio Cicerón, era originario de Arpinum, región del Lacio, en Italia, fue un jurista, iusnaturalista laico , político, y filósofo estoico, quien imitación del filósofo idealista griego Platón ,escribió también un tratado sobre la Republica y Las Leyes, pero según reconoce Cicerón , fue de índole practico.

 

En tal virtud mientras el sabio griego Platón concluye su tratado en su capítulo diez , narrando el regreso a la vida de un soldado , Er El Armenio , originario de Pánfila, en el Asia Menor, hoy Turquía, quien habría muerto en combate , y que volvió a la vida, para el solo efecto de poder narrar a  los vivos, y la posteridad, todo lo que vio en el más allá, como lo es el juicio de las almas , buenas y malas, y las revoluciones del cosmos, y el año astral de mil años, tiempo que trascurre para  cada una de las eras de las constelaciones del zodiaco.

 

En la especie , Er El Armenio, también alude a los castigos a los que se enfrentan los perversos , y sobre  las recompensas que se otorgan a los justos, así mismo testimoniamos las vividas descripciones de las almas en su recurrente periplo ya sea por ; el parnaso , el purgatorio o el hades , nuestro admirado jurista Marco Tulio Cicerón concluye su libro, con algo más verosímil, y asequible , puesto que todos sabemos soñar, que,  la resurrección de un soldado, pues mejor y Marco Tulio Cicerón lo hace, relatando el célebre sueño de su antepasado , el general Escipión Emiliano apodado el africano .

 

En este relato onírico se trata el asunto de las recompensas que después de la muerte le esperan, a todos aquellos hombres que han sido piadosos, justos, magnánimos al ejercer el gobierno de la república.  ¿A dónde van las almas buenas, nobles y generosas? .

 

Siempre me ha inquietado  el no haber podido tener la  aspiración para buscar la gloria del político y el estadista, mejor y me he conformado con tratar de indagar la verdad de las cosas, buscando solo ser un Filósofo, que se ha limitado a imitar al sabio hedonista Epicuro de Samos.

 

Qué curioso, pero todo ello ocurrió y se refiere al distante cosmos, y ello sin viajar en una moderna nave espacial, ¿se trata de una extraña coincidencia y descripción, que solo en el siglo XX observaríamos los simples mortales ? .

 

O , realmente los sabios de la antigüedad, con sus almas o psique realizaban viajes astrales al Topus Uranus, y ello solo mediante la imaginación, mente o razón , solo Dios sabe .

 

El protagonista del sueño es Publio Cornelio Escipión Emiliano (muerto en 129 a. C.), un modelo de hombre de estado y gobierno para el arpinate Marco Tulio Cicerón, nos cuenta el autor que Escipión el Joven descansaba en la región de Masinisa, ciudad de Cartago, hoy Túnez.

 

En el sueño, se le aparecen dos diosas: la Fortuna y la Constancia, lo anterior a fin de que elija a una de ellas como la guía y protectora de sus actos, y existencia  . Escipión entonces les pide tiempo para decidir, pues no tiene en ese momento –serenos- el corazón ni la mente, para la disposición de poder elegir su camino.

 

Ambas diosas contestan a todas sus preguntas. Escipión quiere saber dónde está, y le indican que en el Templo del Cielo, y que las magníficas luces que ve son las estrellas, y que la música que oye es la armonía de las esferas, todo ello está en concordancia con la teoría de la reminiscencia, y la metempsicosis, se trata de la trasmigración o reencarnación de las almas, del filósofo de Crotona, Sicilia, Italia, el matemático y geómetra Pitágoras.

 

Escipión les pregunta quién crea esta armonía. La diosa Constancia le responde que hay un poder detrás de ellas, que mueve las esferas como las cuerdas de una cítara. Se trata de Dios o el gran demiurgo creador del Universo.

 

Escipión les pregunta por qué los mortales no oyen ese sonido en la Tierra, y la diosa Constancia le explica que se debe a la insuficiencia de sus sentidos, que están muy ocupados en cosas sensibles y triviales y no del espíritu infinito.

 

Escipión quiere saber, entonces, quién vive en ese mundo eterno y dichoso . La diosa Fortuna le señala un cortejo que se aproxima: lo integran los dioses del Olimpo, los héroes, sus antecesores, y los más grandes hijos de la republica de Roma.

 

En el mismo sueño aparecen los antepasados de Escipión: Escipión el Africano, abuelo de adopción, y Emilio Pablo, su padre natural. Publio Escipión le asegura que la luz de la inmortalidad resucita el cuerpo. El que ha considerado y dedicado su vida a los otros, como son los hombres de estado y gobierno, vivirá para siempre; el que vive sólo para sí mismo -egoísta- no merece la inmortalidad.

 

Escipión busca a su padre, y se alegra al verlo. Luego Emilio Pablo le dice que la dicha en el cielo es completa, al no estar acompañada de sufrimiento, envidias, amarguras , odios ni rencores .

 

Luego le muestra la Tierra, que desde el cielo luce tan pequeña y, frágil, pues se la ve cubierta de nubes, polvo y humo, está poblada de gente indiferente al dolor ajeno. Horrorizado, Escipión le pide a su Padre que le deje quedarse en esa dulce morada eterna. Sin embargo, Publio le dice que él tiene que llevar a cabo una gran misión en la Tierra: destruir al enemigo (Cartago), pero ello será solo después de que elija entre la diosa Fortuna y la diosa Constancia, como su guía y custodia.

 

Escipión le pregunta a la diosa Fortuna qué ayuda le ofrece para llevar a cabo su misión. Ella le dice que su poder de destruir y crear, el poder corromper la inocencia y, autorizar el mal. La diosa Constancia, en cambio, dice que sólo ella puede conceder el poder de la lealtad.

 

Según la diosa Constancia, la JUSTICIA es la costumbre constante y perpetua de hacer el Bien y EVITAR el MAL. La Virtud sólo algunas veces es derrotada por la violencia, mientras que los malos actos son transitorios, a diferencia de los buenos. La diosa Fortuna no puede privar a los héroes y hombres ilustres de la esperanza en una vida mejor y la fe en Dios eterno .

 

Escipión muestra su sabiduría y prudencia escogiendo a la diosa Constancia, desafiando sin temor a la diosa Fortuna, porque es el reino eterno lo que prefiere su corazón. La diosa Fortuna se enfurece y desencadena su ira en forma de una gran tormenta.

 

Sin embargo Escipión mantiene su designio y entonces se despierta de nuevo, justo en el reino de Masinisa, en el norte de África, en Túnez, sintiendo que a su lado está la diosa de la Constancia para asistirle y protegerle.

 

Al reflexionar en la vigilia sobre lo soñado, Escipión se confirma en sus propósitos de fidelidad a su diosa elegida, La Constancia, reconociendo en el sueño un indeleble mensaje de los dioses inmortales del Olimpo.

 

 

lunes, 1 de noviembre de 2021

Adonde van las almas. Reencarnación o Resurrección. Hay vida después de la muerte.

 


 

Lic. Francisco Javier Aragón Salcido.-

 

Merced a sugerencia del Maestro Ernesto López Riesgo (QEPD) , leí en la Preparatoria de la UNISON 1967-1969 ; la  Divina Comedia de Dante Alighieri, una joya literaria y religiosa, esta lectura  me llevó de la mano , por varios años , a estudiar a  los clásicos;  la Ilíada y la Odisea de Homero, la Teogonía y los Trabajos y Los Días de Hesíodo, los Nueve Libros de la Historia de Herodoto, las Tragedias Griegas, como la Orestiada,  los Diálogos de Platón, La Republica, el Sofista el Filósofo, el Político, la Atlántida , Cratilo, Fedro, El Banquete;  a Virgilio y la Eneida, las Metamorfosis de Ovidio, La Republica y las Discusiones Tusculanas de Maco Tulio Cicerón,  le seguirían San Agustín con su Ciudad de Dios , y las Confesiones,  Santo Tomas de Aquino con  la Suma Teológica y la Suma contra los Gentiles, cerrando el círculo virtuoso   El Paraíso Perdido de John Milton, El Quijote de la Mancha , y las obras de William Shakespeare. Macbeth, Otelo, Sueño de una Noche de Verano, Romeo y Julieta.

 

En Filosofía y,  las Religiones de Oriente, se cree en la reencarnación de las almas ;  en cambio en el  cristianismo ,  en la resurrección de los muertos . Pero todos los sistemas filosóficos y religiones coinciden, existen soma, psique y ethos. Para los ateos o escépticos, pesimistas, la vida termina con la muerte corporal, el mundo solo lo conocemos por los efectos de la materia. Para nosotros los creyentes, optimistas, idealistas, hay un más allá de la vida y la muerte, la eternidad, la luz, el cielo, o la existencia en otra dimensión o plano.

 

En tal virtud les traeré a colación un extracto del fantasmagórico Relato de Er de Panfilia. Capitulo X La Republica de Platón.

 

-Pues he de hacerte -dije yo- no un relato de Alcínoo, sino el de un

bravo sujeto,  Er, hijo del Armenio, panfilio de nación, que murió en una  guerra y, habiendo sido levantados, diez días después, los cadáveres ya putrefactos, él fue recogido incorrupto y llevado a casa para ser enterrado y, yaciente sobre la pira, volvió a la vida a los doce días y contó, así resucitado, lo que había visto allá.

 

Dijo que, después de salir del cuerpo, su alma se había puesto en camino con otras muchas y habían llegado a un lugar maravilloso donde aparecían en la tierra dos aberturas que comunicaban entre sí y otras dos arriba en el cielo, frente a ellas.

 

En mitad había unos jueces (Minos, Radamantis y Éaco)  que, una vez pronunciados sus juicios, mandaban a los justos que fueran subiendo a través del cielo, por el Camino de la derecha, tras haberles colgado por delante un rótulo con lo juzgado; y a los injustos les ordenaban ir hacia abajo por el camino de la izquierda, llevando también, éstos detrás, la señal de todo lo que habían hecho.

 

Y, al adelantarse él, le dijeron que debía ser NUNCIO  de las cosas de allá para los hombres y le invitaron a que oyera y contemplara cuanto había en aquel lugar; y así vio cómo, por una de las aberturas del cielo y otra de la tierra, se marchaban las almas después de juzgadas; y cómo, por una de las otras dos, salían de la tierra llenas de suciedad y de polvo, mientras por la restante bajaban más almas, limpias, desde el cielo.

 

Y las que iban llegando parecían venir de un largo viaje y, saliendo contentas a la pradera, acampaban como en una gran feria, y todas las que se conocían se saludaban y las que venían de la tierra se informaban de las demás en cuanto a las cosas de allá, y las que venían del cielo, de lo tocante a aquellas otras; y se hacían mutuamente sus relatos, las unas entre gemidos y llantos, recordando cuántas y cuán grandes cosas habían pasado y visto en su viaje subterráneo, que había durado mil años; y las que venían del cielo hablaban de su bienaventuranza y de visiones de indescriptible hermosura.

 

Referirlo todo, Glaucón, sería cosa de mucho tiempo; pero lo principal -decía- era lo siguiente: que cada cual pagaba la pena de todas sus injusticias y ofensas hechas a los demás, la una tras la otra, y diez veces por cada una, y cada vez durante cien años, en razón de ser ésta la duración de la vida humana; y el fin era que pagasen decuplicado el castigo de su delito.

 

Y así, los que eran culpables de gran número de muertes o habían traicionado a ciudades o ejércitos o los habían reducido a la esclavitud o, en fin, eran responsables de alguna otra calamidad de este género, ésos recibían por cada cosa de éstas unos padecimientos diez veces mayores; y los que habían realizado obras buenas y habían sido justos y piadosos, obtenían su merecido en la misma proporción.

 

Había tres mujeres sentadas en círculo, cada una en un trono y a distancias iguales; eran las Parcas, hijas de la Necesidad, vestidas de blanco y con ínfulas en la cabeza: Láquesis, Cloto y Átropo. Cantaban al son de las Sirenas: Láquesis, las cosas pasadas; Cloto, las presentes y Átropo, las futuras.

 

Ésta es la palabra de la virgen Láquesis, hija de la Necesidad: Almas efímeras, he aquí que comienza para vosotras una nueva carrera caduca en condición mortal. No será el Hado quien os elija, sino que vosotras elegiréis vuestro hado. Que el que salga por suerte el primero, escoja el primero su género de vida, al que ha de quedar inexorablemente unido. La virtud, empero, no admite dueño; cada uno participará más o menos de ella según la honra o el menosprecio en que la tenga. La responsabilidad es del que elige; no hay culpa alguna en la Divinidad’”.

 

Habiendo hablado así, arrojó los lotes a la multitud y cada cual alzó

el que había caído a su lado, excepto el mismo Er, a quien no se le

permitió hacerlo así; y, al cogerlo, quedaban enterados del puesto que les había caído en suerte.

 

A continuación puso el hierofante en tierra, delante de ellos, los modelos de vida en número mucho mayor que el de ellos mismos; y las había de todas clases: vidas de toda suerte de animales y el total de las vidas humanas. Contábanse entre ellas existencias de tiranos: las unas, llevadas hasta el fin; las otras, deshechas en mitad y terminadas en pobrezas, destierros y mendigueces. Y había vidas de hombres famosos, los unos por su apostura y belleza o por su robustez y vigor en la lucha, los otros por su nacimiento y las hazañas de sus progenitores; las había asimismo de hombres oscuros y otro tanto ocurría con las de las mujeres.

 

Y para ello ha de calcular la relación que todas las cosas dichas, ya

combinadas entre sí, ya cada cual por sí misma, tienen con la virtud en la vida; ha de saber el bien o el mal que ha de producir la hermosura unida a la pobreza y unida a la riqueza y a tal o cual disposición del alma, y asimismo el que traerán, combinándose entre sí, el bueno o mal nacimiento, la condición privada o los mandos, la robustez o la debilidad, la facilidad o torpeza en aprender y todas las cosas semejantes existentes por naturaleza en el alma o adquiridas por ésta.

 

De modo que, cotejándolas en su mente todas ellas, se hallará capaz de hacer la elección si delimita la bondad o maldad de la vida de conformidad con la naturaleza del alma y si, llamando mejor a la que la lleva a ser más justa y peor a la que la lleva a ser más injusta, deja a un lado todo lo demás: hemos visto, en efecto, que tal es la mejor elección para el hombre así en vida como después de la muerte.

 

Y al ir al Hades hay que llevar esta opinión firme como el acero para no dejarse allí impresionar por las riquezas y males semejantes y para no caer en tiranías y demás prácticas de este estilo, con lo que se realizan muchos e insanables daños y se sufren mayores; antes bien, hay que saber elegir siempre una vida media entre los extremos y evitar en lo posible los excesos en uno y otro sentido, tanto en esta vida como en la ulterior, porque así es como llega el hombre a mayor felicidad.

 

Y entonces el mensajero de las cosas de allá contaba que el adivino habló así: "Hasta para el último que venga, si elige con discreción y vive con cuidado, hay una vida amable y buena. Que no se descuide quien elija primero ni se desanime quien elija el último".

 

Y contaba que, una vez dicho esto, el que había sido primero por la

suerte se acercó derechamente y escogió la mayor tiranía; y por su

necedad y avidez no hizo previamente el conveniente examen, sino que se le pasó por alto que en ello iba el fatal destino de devorar a sus hijos y otras calamidades; mas después que lo miró despacio, se daba de golpes y lamentaba su preferencia, saliéndose de las prescripciones del adivino, porque no se reconocía culpable de aquellas desgracias, sino que acusaba a la fortuna, a los hados y a todo antes que a sí mismo.

 

Y éste era de los que habían venido del cielo y en su vida anterior había vivido en una república bien ordenada y había tenido su parte de virtud por hábito, pero sin filosofía. Y en general, entre los así chasqueados no eran los menos los que habían venido del cielo, por no estar éstos ejercitados en los trabajos, mientras que la mayor parte de los procedentes de la tierra, por haber padecido ellos mismos y haber visto padecer a los demás, no hacían sus elecciones tan de prisa. De esto, y de la suerte que les había caído, les venía a las más de las almas ese cambio de bienes y males.

 

Porque cualquiera que, cada vez que viniera a esta vida, filosofara sanamente y no tuviera en el sorteo uno de los últimos puestos, podría, según lo que de allá se contaba, no sólo ser feliz aquí, sino tener de acá para allá y al regreso de allá para acá un camino fácil y celeste, no ya escarpado y subterráneo.

 

Tal -decía- era aquel interesante espectáculo en que las almas, una

por una, escogían sus vidas; el cual, al mismo tiempo, resultaba lastimoso, ridículo y extraño, porque la mayor parte de las veces se

hacía la elección según aquello a lo que se estaba habituado en la vida anterior.

 

Y dijo que había visto allí cómo el alma que en un tiempo había sido de Orfeo elegía vida de cisne, en odio del linaje femenil, ya que no quería nacer engendrada en mujer a causa de la muerte que sufrió

a manos de éstas; había visto también al alma de Támiras, que escogía vida de ruiseñor, y a un cisne que, en la elección, cambiaba su vida por la humana, cosa que hacían también otros animales cantores.

 

De igual manera se hacían las transformaciones de los animales en hombres o en otros animales: los animales injustos se cambiaban en fieras; los justos, en animales mansos, y se daban también mezclas de toda clase.

 

Y después de haber elegido su vida todas las almas, se acercaban a Láquesis por el orden mismo que les había tocado; y ella daba a cada uno, como guardián de su vida y cumplidor de su elección, el hado que había escogido. Éste llevaba entonces al alma hacia Cloto y la ponía bajo su mano y bajo el giro del huso movido por ella, sancionando así el destino que había elegido al venirle su turno.

 

Después de haber tocado en el huso se le llevaba al hilado de Átropo, el cual hacía irreversible lo dispuesto; de allí, sin que pudiera volverse, iba al pie del trono de la Necesidad y, pasando al otro lado y acabando de pasar asimismo los demás, se encaminaban todos al campo del Olvido a través de un terrible calor de asfixia, porque dicho campo estaba desnudo de árboles y de todo cuanto produce la tierra.

 

Al venir la tarde acampaban junto al río de la Despreocupación, cuya agua no puede contenerse en vasija alguna; y a todos les era forzoso beber una cierta cantidad de aquella agua, de la cual bebían más de la medida los que no eran contenidos por la discreción, y al beber cada cual se olvidaba de todas las cosas.

 

Y, una vez que se habían acostado y eran las horas de la medianoche, se produjo un trueno y temblor de tierra y al punto cada uno era elevado por un sitio distinto para su nacimiento, deslizándose todos a manera de estrellas.

 

A él, sin embargo, le habían impedido que bebiera del agua; pero por qué vía y de qué modo había llegado a su cuerpo no lo sabía, sino que de pronto, levantando la vista, se había visto al amanecer yaciente en la pira.

 

Y así, Glaucón, se salvó este relato y no se perdió, y aun nos puede

salvar a nosotros si le damos crédito, con lo cual pasaremos felizmente el río del Olvido y no contaminaremos nuestra alma.

 

Antes bien, si os atenéis a lo que os digo y creéis que el alma es inmortal y capaz de sostener todos los males y todos los bienes, iremos siempre por el camino de lo alto y practicaremos de todas formas la justicia, juntamente con la inteligencia, para que así seamos amigos de nosotros mismos y de los dioses tanto durante nuestra permanencia aquí como cuando hayamos recibido, a la manera de los vencedores que los van recogiendo en los juegos, los galardones de aquellas virtudes; y acá, y también en el viaje de mil años que hemos descrito, seamos felices.

 

 


 

 -Pues he de hacerte -dije yo- no un relato de Alcínoo, sino el de un bravo sujeto, Er, hijo del Armenio, panfilio de nación, que murió en una  guerra y, habiendo sido levantados, diez días después, los cadáveres ya putrefactos, él fue recogido incorrupto y llevado a casa para ser enterrado y, yaciente sobre la pira, volvió a la vida a los doce días y contó, así resucitado, lo que había visto allá.

 

Dijo que, después de salir del cuerpo, su alma se había puesto en camino con otras muchas y habían llegado a un lugar maravilloso donde aparecían en la tierra dos aberturas que comunicaban entre sí y otras dos arriba en el cielo, frente a ellas.

 

En mitad había unos jueces que, una vez pronunciados sus juicios, mandaban a los justos que fueran subiendo a través del cielo, por el

Camino de la derecha, tras haberles colgado por delante un rótulo con lo juzgado; y a los injustos les ordenaban ir hacia abajo por el camino de la izquierda, llevando también, éstos detrás, la señal de todo lo que habían hecho.

 

Y, al adelantarse él, le dijeron que debía ser NUNCIO  de las cosas de allá para los hombres y le invitaron a que oyera y contemplara cuanto había en aquel lugar; y así vio cómo, por una de las aberturas del cielo y otra de la tierra, se marchaban las almas después de juzgadas; y cómo, por una de las otras dos, salían de la tierra llenas de suciedad y de polvo, mientras por la restante bajaban más almas, limpias, desde el cielo.

 

Y las que iban llegando parecían venir de un largo viaje y, saliendo contentas a la pradera, acampaban como en una gran feria, y todas las que se conocían se saludaban y las que venían de la tierra se informaban de las demás en cuanto a las cosas de allá, y las que venían del cielo, de lo tocante a aquellas otras; y se hacían mutuamente sus relatos, las unas entre gemidos y llantos, recordando cuántas y cuán grandes cosas habían pasado y visto en su viaje subterráneo, que había durado mil años; y las que venían del cielo hablaban de su bienaventuranza y de visiones de indescriptible hermosura.

 

Referirlo todo, Glaucón, sería cosa de mucho tiempo; pero lo principal -decía- era lo siguiente: que cada cual pagaba la pena de todas sus injusticias y ofensas hechas a los demás, la una tras la otra, y diez veces por cada una, y cada vez durante cien años, en razón de ser ésta la duración de la vida humana; y el fin era que pagasen decuplicado el castigo de su delito.

 

Y así, los que eran culpables de gran número de muertes o habían traicionado a ciudades o ejércitos o los habían reducido a la esclavitud o, en fin, eran responsables de alguna otra calamidad de este género, ésos recibían por cada cosa de éstas unos padecimientos diez veces mayores; y los que habían realizado obras buenas y habían sido justos y piadosos, obtenían su merecido en la misma proporción.

 

Y también sobre los niños muertos en el momento de nacer o que habían vivido poco tiempo refería otras cosas menos dignas de mención; pero contaba que eran aún mayores las sanciones de la piedad e impiedad para con los dioses y los padres y del homicidio a mano armada.

 

»Decía, pues, que se había hallado al lado de un sujeto al que preguntaba otro que dónde estaba Ardieo el Grande. Este Ardieo había sido, mil años antes, tirano de una ciudad de Panfilia después de haber matado a su anciano padre y a su hermano mayor y de haber realizado, según decían, otros muchos crímenes impíos. Y contaba que el preguntado contestó: "No ha venido ni es de creer que venga aquí”.

 

En efecto, entre otros espectáculos terribles hemos contemplado el siguiente: una vez que estuvimos cerca de la abertura y a punto de subir, tras haber pasado por todo lo demás, vimos de pronto a ese Ardieo y a otros, tiranos en su mayoría. Y había también algunos particulares de los más pecadores, a todos los cuales la abertura, cuando ya pensaban que iban a subir, no los recibía, sino que, por el contrario, daba un mugido cada vez que uno de estos sujetos, incurables en su perversidad o que no habían pagado suficientemente su pena, trataba de subir.

 

Entonces -contaba- unos hombres salvajes y, según podía verse, henchidos de fuego, que estaban allá y oían el mugido, se llevaban a los unos cogiéndolos por medio, y a Ardieo y a  otros les ataban las manos, los pies y la cabeza y, arrojándolos por tierra y desollándolos, los sacaban a orilla del camino, los desgarraban sobre unos aspálatos y declaraban a los que iban pasando por qué motivos y cómo los llevaban para arrojarlos al Tártaro"..

 

Allí -decía-, aunque eran muchos los terrores que ya habían sentido, les superaba a todos el que tenían de oír aquella voz en la subida; y, si callaba, subían con el máximo contento.

 

Tales eran las penas y castigos, y las recompensas en correspondencia con ellos. Y, después de pasar siete días en la pradera, cada uno tenía que levantar el campo en el octavo y ponerse en marcha; y otros cuatro días después llegaban a un paraje desde cuya altura podían dominar la luz extendida a través del cielo y de la tierra, luz recta como una columna y semejante, más que a ninguna otra, a la del arco iris, bien que más brillante y más pura.

 

Llegaban a ella en un día de jornada y allí, en la mitad de la luz, vieron, tendidos desde el cielo, los extremos de las cadenas, porque esta luz encadenaba el cielo sujetando toda su esfera como las ligaduras de las trirremes. Y desde los extremos vieron tendido el huso de la Necesidad, merced al cual giran todas las esferas.

 

Su vara y su gancho eran de acero, y la tortera, de una mezcla de esta y de otras materias. Y la naturaleza de esa tortera era la siguiente: su forma, como las de aquí, pero, según lo que dijo, había que concebirla a la manera de una tortera vacía y enteramente hueca en la que se hubiese embutido otra semejante más pequeña, como las cajas cuando se ajustan unas dentro de otras; y así una tercera y una cuarta y otras cuatro más. Ocho eran, en efecto, las torteras en total, metidas unas en otras, y mostraban arriba sus bordes como círculos, formando la superficie continua de una sola tortera alrededor de la vara que atravesaba de parte a parte el centro de la octava.

 

La tortera primera y exterior tenía más ancho que el de las otras su borde circular; seguíale en anchura el de la sexta; el tercero era el de la cuarta; el cuarto, el de la octava; el quinto, el de la séptima; el sexto, el de la quinta; el séptimo, el de la tercera, y el octavo, el de la segunda. El borde de la tortera mayor era también el más estrellado; el de la séptima, el más brillante; el de la octava recibía su color del brillo que le daba el de la séptima; los de la segunda y la quinta eran semejantes entre sí y más amarillentos que los otros; el tercero era el más blanco de color; el cuarto, rojizo y el sexto tenía el segundo lugar por su blancura. El huso todo daba vueltas con movimiento uniforme, y en ese todo que así giraba los siete círculos más interiores daban vueltas a su vez, lentamente y en sentido contrario al conjunto; de ellos el que llevaba más velocidad era el octavo; seguíanle el séptimo, el sexto y el quinto, los tres a una; el cuarto les parecía que era el tercero en la velocidad de ese movimiento retrógrado; el tercero, el cuarto; y el segundo, el quinto. El huso mismo giraba en la falda de la Necesidad, y encima de cada uno de los círculos iba una Sirena que daba también vueltas y lanzaba una voz siempre del mismo tono; y de todas las voces, que eran ocho, se formaba un acorde.

 

Había otras tres mujeres sentadas en círculo, cada una en un trono y a distancias iguales; eran las Parcas, hijas de la Necesidad, vestidas de blanco y con ínfulas en la cabeza: Láquesis, Cloto y Átropo. Cantaban al son de las Sirenas: Láquesis, las cosas pasadas; Cloto, las presentes y Átropo, las futuras. Cloto, puesta la mano derecha en el huso, ayudaba de tiempo en tiempo el giro del círculo exterior; del mismo modo hacía girar Átropo los círculos interiores con su izquierda; y Láquesis, aplicando ya la derecha, ya la izquierda, hacía otro tanto alternativamente con el uno y los otros de estos círculos.

 

Y contaba que ellos, una vez llegados allá, tenían que acercarse a Láquesis; que un cierto adivino los colocaba previamente en fila y que, tomando después unos lotes y modelos de vida del halda de la

misma Láquesis, subía a una alta tribuna y decía:

 

Ésta es la palabra de la virgen Láquesis, hija de la Necesidad: Almas efímeras, he aquí que comienza para vosotras una nueva carrera caduca en condición mortal. No será el Hado quien os elija, sino que vosotras elegiréis vuestro hado. Que el que salga por suerte el primero, escoja el primero su género de vida, al que ha de quedar inexorablemente unido. La virtud, empero, no admite dueño; cada uno participará más o menos de ella según la honra o el menosprecio en que la tenga. La responsabilidad es del que elige; no hay culpa alguna en la Divinidad’”.

 

Habiendo hablado así, arrojó los lotes a la multitud y cada cual alzó

el que había caído a su lado, excepto el mismo Er, a quien no se le

permitió hacerlo así; y, al cogerlo, quedaban enterados del puesto que les había caído en suerte.

 

A continuación puso el adivino en tierra, delante de ellos, los modelos de vida en número mucho mayor que el de ellos mismos; y las había de todas clases: vidas de toda suerte de animales y el total de las vidas humanas. Contábanse entre ellas existencias de tiranos: las unas, llevadas hasta el fin; las otras, deshechas en mitad y terminadas en pobrezas, destierros y mendigueces. Y había vidas de hombres famosos, los unos por su apostura y belleza o por su robustez y vigor en la lucha, los otros por su nacimiento y las hazañas de sus progenitores; las había asimismo de hombres oscuros y otro tanto ocurría con las de las mujeres.

 

No había, empero, allí categorías de alma, por ser forzoso que éstas resultasen diferentes según la vida que eligieran; pero todo lo demás aparecía mezclado entre sí y con accidentes diversos de pobrezas y riquezas, de enfermedades y salud, y una parte se quedaba en la mitad de estos extremos.

 

Allí, según parece, estaba, querido Glaucón, todo el peligro para el hombre; y por esto hay que atender sumamente a que cada uno de nosotros, aun descuidando las otras enseñanzas, busque y aprenda

ésta y vea si es capaz de informarse y averiguar por algún lado quién le dará el poder y la ciencia de distinguir la vida provechosa y la miserable y de elegir siempre y en todas partes la mejor posible.

 

Y para ello ha de calcular la relación que todas las cosas dichas, ya

combinadas entre sí, ya cada cual por sí misma, tienen con la virtud en la vida; ha de saber el bien o el mal que ha de producir la hermosura unida a la pobreza y unida a la riqueza y a tal o cual disposición del alma, y asimismo el que traerán, combinándose entre sí, el bueno o mal nacimiento, la condición privada o los mandos, la robustez o la debilidad, la facilidad o torpeza en aprender y todas las cosas semejantes existentes por naturaleza en el alma o adquiridas por ésta.

 

De modo que, cotejándolas en su mente todas ellas, se hallará capaz de hacer la elección si delimita la bondad o maldad de la vida de conformidad con la naturaleza del alma y si, llamando mejor a la que la lleva a ser más justa y peor a la que la lleva a ser más injusta, deja a un lado todo lo demás: hemos visto, en efecto, que tal es la mejor elección para el hombre así en vida como después de la muerte.

 

Y al ir al Hades hay que llevar esta opinión firme como el acero para no dejarse allí impresionar por las riquezas y males semejantes y para no caer en tiranías y demás prácticas de este estilo, con lo que se realizan muchos e insanables daños y se sufren mayores; antes bien, hay que saber elegir siempre una vida media entre los extremos y evitar en lo posible los excesos en uno y otro sentido, tanto en esta vida como en la ulterior, porque así es como llega el hombre a mayor felicidad.

 

Y entonces el mensajero de las cosas de allá contaba que el adivino habló así: "Hasta para el último que venga, si elige con discreción y vive con cuidado, hay una vida amable y buena. Que no se descuide quien elija primero ni se desanime quien elija el último".

 

Y contaba que, una vez dicho esto, el que había sido primero por la

suerte se acercó derechamente y escogió la mayor tiranía; y por su

necedad y avidez no hizo previamente el conveniente examen, sino que se le pasó por alto que en ello iba el fatal destino de devorar a sus hijos y otras calamidades; mas después que lo miró despacio, se daba de golpes y lamentaba su preferencia, saliéndose de las prescripciones del adivino, porque no se reconocía culpable de aquellas desgracias, sino que acusaba a la fortuna, a los hados y a todo antes que a sí mismo.

 

Y éste era de los que habían venido del cielo y en su vida anterior había vivido en una república bien ordenada y había tenido su parte de virtud por hábito, pero sin filosofía. Y en general, entre los así chasqueados no eran los menos los que habían venido del cielo, por no estar éstos ejercitados en los trabajos, mientras que la mayor parte de los procedentes de la tierra, por haber padecido ellos mismos y haber visto padecer a los demás, no hacían sus elecciones tan de prisa. De esto, y de la suerte que les había caído, les venía a las más de las almas ese cambio de bienes y males.

 

Porque cualquiera que, cada vez que viniera a esta vida, filosofara sanamente y no tuviera en el sorteo uno de los últimos puestos, podría, según lo que de allá se contaba, no sólo ser feliz aquí, sino tener de acá para allá y al regreso de allá para acá un camino fácil y celeste, no ya escarpado y subterráneo.

 

Tal -decía- era aquel interesante espectáculo en que las almas, una

por una, escogían sus vidas; el cual, al mismo tiempo, resultaba lastimoso, ridículo y extraño, porque la mayor parte de las veces se

hacía la elección según aquello a lo que se estaba habituado en la vida anterior.

 

Y dijo que había visto allí cómo el alma que en un tiempo había sido de Orfeo elegía vida de cisne, en odio del linaje femenil, ya que no quería nacer engendrada en mujer a causa de la muerte que sufrió

a manos de éstas; había visto también al alma de Támiras, que escogía vida de ruiseñor, y a un cisne que, en la elección, cambiaba su vida por la humana, cosa que hacían también otros animales cantores.

 

El alma a quien había tocado el lote veinteno había elegido vida de león, y era la de Ayante Telamonio, que rehusaba volver a ser hombre, acordándose de juicio de las armas. La siguiente era la de Agamenón, la cual, odiando también, a causa de sus padecimientos, al linaje humano, había tomado en el cambio una vida de águila. El alma de Atalanta, que sacó suerte entre las de en medio, no pudo pasar adelante viendo los grandes honores de un cierto atleta, sino que los tomó para sí. Después de ésta vio el alma

de Epeo, hijo de Panopeo, que trocó su condición por la de una mujer laboriosa; y, ya entre las últimas, a la del ridículo Tersites, que revistió forma de mono.

 

Y ocurrió que, última de todas por la suerte, iba a hacer su elección el alma de Ulises y, dando de lado a su ambición con el recuerdo de sus anteriores fatigas, buscaba, dando vueltas durante largo rato, la vida de un hombre común y desocupado y por fin la halló echada en cierto lugar y olvidada por los otros y, una vez que la vio, dijo que lo

mismo habría hecho de haber salido la primera y la escogió con gozo.

 

De igual manera se hacían las transformaciones de los animales en hombres o en otros animales: los animales injustos se cambiaban en fieras; los justos, en animales mansos, y se daban también mezclas de toda clase.

 

Y después de haber elegido su vida todas las almas, se acercaban a Láquesis por el orden mismo que les había tocado; y ella daba a cada uno, como guardián de su vida y cumplidor de su elección, el hado que había escogido. Éste llevaba entonces al alma hacia Cloto y la ponía bajo su mano y bajo el giro del huso movido por ella, sancionando así el destino que había elegido al venirle su turno.

 

Después de haber tocado en el huso se le llevaba al hilado de Átropo, el cual hacía irreversible lo dispuesto; de allí, sin que pudiera volverse, iba al pie del trono de la Necesidad y, pasando al otro lado y acabando de pasar asimismo los demás, se encaminaban todos al campo del Olvido a través de un terrible calor de asfixia, porque dicho campo estaba desnudo de árboles y de todo cuanto produce la tierra.

 

Al venir la tarde acampaban junto al río de la Despreocupación, cuya agua no puede contenerse en vasija alguna; y a todos les era forzoso beber una cierta cantidad de aquella agua, de la cual bebían más de la medida los que no eran contenidos por la discreción, y al beber cada cual se olvidaba de todas las cosas.

 

Y, una vez que se habían acostado y eran las horas de la medianoche, se produjo un trueno y temblor de tierra y al punto cada uno era elevado por un sitio distinto para su nacimiento, deslizándose todos a manera de estrellas.

 

A él, sin embargo, le habían impedido que bebiera del agua; pero por qué vía y de qué modo había llegado a su cuerpo no lo sabía, sino que de pronto, levantando la vista, se había visto al amanecer yaciente en la pira.

 

Y así, Glaucón, se salvó este relato y no se perdió, y aun nos puede

salvar a nosotros si le damos crédito, con lo cual pasaremos felizmente el río del Olvido y no contaminaremos nuestra alma.

 

Antes bien, si os atenéis a lo que os digo y creéis que el alma es inmortal y capaz de sostener todos los males y todos los bienes, iremos siempre por el camino de lo alto y practicaremos de todas formas la justicia, juntamente con la inteligencia, para que así seamos amigos de nosotros mismos y de los dioses tanto durante nuestra permanencia aquí como cuando hayamos recibido, a la manera de los vencedores que los van recogiendo en los juegos, los galardones de aquellas virtudes; y acá, y también en el viaje de mil años que hemos descrito, seamos felices.