Maestro Francisco Javier Aragón Salcido.
estractos Tomados de la obra el INGENIOSO HIDALGO
dON qUIJOTE DE LA MANCHA. LIBRO DOS. CAPÍTULOS XLII y XLIII.
» Primeramente, ¡oh hijo!, has
de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no
podrás errar en nada.
» Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres,
procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede
imaginarse.
—Así es verdad —replicó don Quijote—,
por lo cual los no de principios nobles deben acompañar la gravedad del cargo
que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre
de la murmuración maliciosa, de quien no hay estado que se escape.
» Mira, Sancho: si tomas por
medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener
envidia a los que padres y abuelos tienen príncipes y señores, porque la sangre
se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre
no vale.
» Siendo esto así, como lo es,
que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus
parientes, no le deseches ni le afrentes, antes le has de acoger, agasajar
y regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se desprecie
de lo que él hizo y corresponderás a lo que debes a la naturaleza bien
concertada.
» Nunca te guíes por la ley del
encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.
» Hallen en ti más compasión las
lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.
» Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico
como por entre los sollozos e importunidades del pobre.
» Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el
rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que
la del compasivo.
» Si acaso doblares la vara de la
justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.
» Cuando te sucediere juzgar algún
pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en
la verdad del caso.
» No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en
ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa
de tu crédito, y aun de tu hacienda.
» Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le
basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas
razones.
» Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción
considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada
naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la
contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios
todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia
que el de la justicia.
» Si estos preceptos y
estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus
premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres,
títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes,
y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y
madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros
netezuelos.
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