Don Quijote Cabalga de nuevo.-
De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a
gobernar la ínsula, con otras cosas
bien consideradas.
bien consideradas.
* Esta aleccionadora cita , se me vino a la memoria, a virtud
de que la nueva gobernadora, al iniciar su sexenio , no debe cometer los errores de Guillermo el Memo Padres Elias , quien, sin
necesidad alguna emprendió una cacería de brujas en contra de la gente de Eduardo Bours Castelo, quien por cierto
antes habia hecho lo mismo pero en contra de la gente de Armando Lopéz Nogales, resulta que ALN, no persiguió a los beltronistas ,
hizo lo que antes muy sabiamente había hecho su predecesor Manlio Fabio Beltrones Rivera, quien ni siquiera criticó a los
amigos de don Rodolfo Felix Valdes, y a muchos les consta que éstos le hicieron la
gestión imposible cuando fue Secretario de Gobierno de don RFV , MFBR, nada mas
no les dio un empleo de importancia en su sexenio .
Extractos Tomados de la obra El INGENIOSO HIDALGO Don QUIJOTE DE LA MANCHA. LIBRO DOS. CAPÍTULOS XLII y XLIII.
—Mirad, amigo
Sancho —respondió el duque—: yo no puedo dar parte del cielo a nadie, aunque no
sea mayor que una uña, que a solo Dios están reservadas esas mercedes y
gracias.
Lo que puedo dar os doy, que es una
ínsula hecha y derecha, redonda y bien proporcionada y sobremanera fértil y
abundosa, donde, si vos os sabéis dar maña, podéis con las riquezas de la
tierra granjear las del cielo.
—Ahora bien —respondió Sancho—,
venga esa ínsula, que yo pugnaré por ser tal gobernador, que, a pesar de
bellacos, me vaya al cielo; y esto no es por codicia que yo tenga de salir de
mis casillas ni de levantarme a mayores, sino por el deseo que tengo de probar
a qué sabe el ser gobernador.
—Si una vez lo probáis, Sancho —dijo
el duque—, comeros heis las manos tras el gobierno, por ser dulcísima cosa el
mandar y ser obedecido. A buen seguro que cuando vuestro dueño llegue a ser
emperador, que lo será sin duda, según van encaminadas sus cosas, que no se lo
arranquen como quiera, y que le duela y le pese en la mitad del alma del tiempo
que hubiere dejado de serlo.
—Con vos me entierren, Sancho, que
sabéis de todo —respondió el duque—, y yo espero que seréis tal gobernador como
vuestro juicio promete; y quédese esto aquí, y advertid que mañana en ese mesmo
día habéis de ir al gobierno de la ínsula, y esta tarde os acomodarán del traje
conveniente que habéis de llevar y de todas las cosas necesarias a vuestra
partida.
En esto llegó don Quijote y, sabiendo
lo que pasaba y la celeridad con que Sancho se había de partir a su gobierno,
con licencia del duque le tomó por la mano y se fue con él a su estancia, con
intención de aconsejarle cómo se había de haber en su oficio.
Entrados, pues, en su aposento, cerró tras sí la puerta y hizo casi por
fuerza que Sancho se sentase junto a él, y con reposada voz le dijo:
—Infinitas gracias doy al cielo,
Sancho amigo, de que antes y primero que yo haya encontrado con alguna buena
dicha te haya salido a ti a recebir y a encontrar la buena ventura. Yo, que en
mi buena suerte te tenía librada la paga de tus servicios, me veo en los
principios de aventajarme, y tú, antes de tiempo, contra la ley del razonable
discurso, te vees premiado de tus deseos.
Otros cohechan, importunan,
solicitan, madrugan, ruegan, porfían, y no alcanzan lo que pretenden, y llega
otro y, sin saber cómo ni cómo no, se halla con el cargo y oficio que otros
muchos pretendieron; y aquí entra y encaja bien el decir que hay buena y mala
fortuna en las pretensiones.
Todo esto digo, ¡oh Sancho!, para que
no atribuyas a tus merecimientos la merced recebida, sino que des gracias al
cielo, que dispone suavemente las cosas, y después las darás a la grandeza que
en sí encierra la profesión de la caballería andante.
Dispuesto, pues, el corazón a creer
lo que te he dicho, está, ¡oh hijo!, atento a este tu Catón, que quiere
aconsejarte y ser norte y guía que te encamine y saque a seguro puerto deste
mar proceloso donde vas a engolfarte, que los oficios y grandes cargos no son
otra cosa sino un golfo profundo de confusiones.
»Primeramente, ¡oh hijo!, has de
temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás
errar en nada.
»Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a
ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.
—Así es verdad —replicó don Quijote—,
por lo cual los no de principios nobles deben acompañar la gravedad del cargo
que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre
de la murmuración maliciosa, de quien no hay estado que se escape.
»Mira, Sancho: si tomas por medio a
la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia
a los que padres y agüelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se
hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no
vale.
»Siendo esto así, como lo es, que si
acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes,
no le deseches ni le afrentes, antes le has de acoger, agasajar y regalar,
que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se desprecie de lo que él
hizo y corresponderás a lo que debes a la naturaleza bien concertada.
»Nunca te guíes por la ley del
encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.
»Hallen en ti más compasión las
lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.
»Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico
como por entre los sollozos e importunidades del pobre.
»Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el
rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que
la del compasivo.
»Si acaso doblares la vara de la
justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.
»Cuando te sucediere juzgar algún
pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en
la verdad del caso.
»No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en
ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa
de tu crédito, y aun de tu hacienda.
»Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le
basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas
razones.
»Al culpado que cayere debajo de tu
juridición considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada
naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la
contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque aunque los atributos de Dios
todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia
que el de la justicia.